Desgraciadamente el 2012 se ha convertido ya en uno de los peores años en cuanto a número de incendios y superficie arrasada por el fuego de las dos últimas décadas. Inevitablemente las condiciones climáticas de sequía, que se repiten cíclicamente, facilitan que el fuego si inicie y sobre todo que se extienda rápidamente, dificultando mucho su extinción.
Pero el verdadero problema radica en cómo y porqué se enciende la chispa que genera el fuego, que no depende de la sequía, de que el monte esté “sucio” o de que haya más o menos medios para la extinción. El verdadero problema es como el hombre usa, gestiona y se relaciona con sus terrenos agrícolas y forestales. Y es un problema difícil que requiere de soluciones en muchos frentes distintos.
Ahora, cuando se habla de prevención de incendios, parece que por fin hemos conseguido trascender la tan nombrada “limpieza de montes”, y empieza a asumirse que no hay dinero suficiente para realizarla si no está vinculada a una adecuada gestión de estas superficies, de sus recursos y de los usos que se puedan realizar en ellas. Que sólo un monte del que se saca beneficio de forma ordenada y sostenible es susceptible de recibir estas labores y de generar un verdadero aprecio por las sociedades que lo viven, usan y gestionan, de las que se podrá esperar entonces un respeto y un cuidado esmerado que evite incendios. Véase el caso de Soria.
Y parece también que cada vez más se habla de la necesaria sensibilización y educación de los habitantes de las zonas rurales afectadas por incendios. Pero no se habla de cómo llevarlas a cabo, y parece que a todos se nos vienen a la cabeza ejemplos de campañas como “todos contra el fuego” o parecidas. La cultura de uso del fuego como herramienta de gestión del territorio está muy arraigada en la Península Ibérica, y un cambio de visión y de “instrumento”, que permita resultados parecidos a los del fuego, supone trabajar en detalle y de manera profunda con los vecinos de los pueblos en sus problemas más inmediatos del día a día. Supone una apuesta decidida por el mundo rural y su desarrollo, por dar vida y cabida a recursos naturales y servicios ambientales que ahora están perdidos o denostados económicamente (como la ganadería extensiva, la agricultura de montaña, la apicultura, la recogida de frutos, la caza bien gestionada, el turismo activo,…). Supone formar y capacitar a la gente de estas zonas para permitirles ser protagonistas de la puesta en valor y el cuidado de sus montes y sus pueblos, dinamizar su participación en la toma de decisiones y en la puesta en marcha de iniciativas emprendedoras, tecnificar el medio rural para apoyar esas nuevas iniciativas, apoyar su puesta en marcha para favorecer el ejemplo y el cambio de mentalidad en el resto de la población, etc…Un trabajo en profundidad que se hace con proyectos a largo plazo, no con campañas.
Y por supuesto, perseguir el delito. Pero de poco sirven las medidas populistas que se generan al calor de las llamas del verano, como el aumento de las penas de cárcel a los culpables de incendios. Lo verdaderamente importante en la persecución del delito es localizar al culpable, para lo que los actuales dispositivos de vigilancia, poco flexibles y adaptables a cada circunstancia, resultan claramente insuficientes. Y es fundamental entonces el apoyo ciudadano, y no tanto por la labor de vigilancia que se pueda realizar desde los propios vecinos (que es importante), sino sobre todo por generar una cultura que penalice el incendio, que no lo permita como una opción posible, que rompa el silencio tradicional que existe en muchos de nuestros pueblos sobre quién y por qué incendia, que vea en sus consecuencias un verdadero peligro para su desarrollo y el mantenimiento de los pueblos vivos. Y este vuelve a ser un trabajo de fondo, a largo plazo, que requiere de una correcta coordinación de las políticas y los recursos que se destinan al medio rural y de una adecuada implicación de la gente de los pueblos.
Todo lo demás son mitos y leyendas de la prevención de incendios, que nos llevan año tras año a echarle la culpa al clima y a la vegetación, por no abordar el problema de manera profunda e integral.
Olga Rada _ Fundación Entretantos