Lo que daría por leer el informe que alguno de estos policías ha presentado a sus superiores. Es posible que hayan escrito “un grupo de insurrectos, armados de pinceles, palitas y papel pinocho han asaltado un solar propiedad municipal dejándolo perdido de flores de papel, cantos y risas”. Aunque lo más probable es que el informe que el sargento de turno, al que sus mandos le destinaron a controlar que no se plantaran lechugas ni flores en un solar abandonado del barrio de Parquesol de la ciudad de Valladolid una mañana de sábado, expresara la misma estupefacción que el resto de vecinos que se presentaron ahí al ver que una actividad lúdica y de restauración comunitaria de un solar indecente, era prohibida por la autoridad: “Señor: aquí se han juntado cincuenta o sesenta personas de todas las edades, con un ambiente festivo; los niños se han dedicado a hacer manualidades; los medianos, a pintar y decorar unas ruedas abandonadas para convertirlas en jardineras. Han almorzado, han traído unas plantas y después de recogerlo todo, están dejando el solar mucho mejor de lo que estaba… así que creo que nos vamos a retirar porque aquí no pintamos gran cosa”.
Los movimientos sociales, las vanguardias de la sociedad, trabajan a menudo para provocar estas situaciones que sirven para aflorar las contradicciones de este mundo y hacerlo avanzar a través de la reclamación de nuevos derechos, nuevos espacios de participación. Y los huertos urbanos vecinales son uno de esos espacios; humildes y discretos, pero espacios también de empoderamiento ciudadano.
Y para ello, enfrentar lo que los movimientos sociales consideran ‘normal’ con lo que recogen la leyes, es uno de los pasos; evidenciar las incoherencias entre la norma y lo normal es el día a día de los activistas sociales. Y los que estaban ahí reunidos, acompañando a los vecinos de Parquesol empeñados en hacer un huerto comunitario en su barrio, lo hacían con esa intención: hacer ver el absurdo de esas situaciones en las que ponemos al límite al Sistema y éste se revuelve tontamente. Que un policía esté delante de un grupo de niños y mayores impidiendo una actividad lúdica y cooperativa es un salto cualitativo en la participación ciudadana. La foto que acompaña este texto, que apareció en la prensa local al día siguiente del acto festivo de inauguración del huerto comunitario, despertó no pocos comentarios en las redes sociales de la ciudad. Pero también puso de manifiesto en la cabeza de mucha gente la estupidez de normativas municipales que por muy legales que sean, no entran en la lógica de las personas: porque a cualquiera que le digas que la policía prohíbe a unos abuelos plantar lechugas en un solar abandonado que el Ayuntamiento tiene convertido en una escombrera desde hace quince años, le rechina en la cabeza, sea del partido que sea y vote a quien vote. He visto señoras enjoyadas mirando con cara de asombro estas circunstancias, devanándose la cabeza para entender en su lógica estos desbordes que los movimientos sociales hacen del orden establecido; personas que jamás se significarían políticamente pero que miran con simpatía a esos jóvenes que quieren plantar un huerto, un simple huerto en su barrio; o aquellos que detestan un bulevar en el suyo o que llevan un café o unos refrescos a los que se encierran en una sucursal bancaria para reclamar una solución a los desahucios.
Desde la subversión a la normalización no hay un camino seguro
Y una vez conseguidos afianzar esos nuevos derechos, la participación social no se detiene, por supuesto. Pero no por haber conseguido sus objetivos y que el poder incorpore a su discurso sus demandas, el activista social es un traidor vendido al Sistema. Porque la lucha no es el objetivo: es solo el medio para conseguir un mundo más justo. Lo apunta de forma provocadora, como suele hacer, el filósofo Slavoj Zizek en este vídeo y lo apuntaba también Javi, un compañero hortelano del vecino barrio de Belén: los movimientos sociales no están para ocupar permanentemente la trinchera. Su vocación no es la de luchar por luchar; Qué pereza. Más bien al contrario, el trabajo de la participación social transformadora, si quiere tener incidencia política (que no siempre quiere, eso es verdad), tiene que tener como finalidad incorporar a la normalidad política y legal lo que es normal ética y moralmente; los sindicalistas y trabajadores que hace décadas lucharon por conseguir una semana laboral de 40 horas lo que pretendían era que sus anhelos, su lucha, se incorporara a las Normas; y gracias a ellos, lo que entonces era un sueño moral, hoy es una normalidad ‘Normalizada’ que disfrutamos toda la sociedad (de momento).
Un movimiento social quiere subvertir el orden establecido, claro que sí. Pero la forma de conseguirlo, la movilización, el enfrentamiento, no es el fin sino un medio.
Pero una vez superada la barrera, una vez logrado que el Sistema normalice las reclamaciones sociales, es quizá cuando más atenta debe estar la participación vecinal: la calidez y la comodidad que procuran la normalización con sus medios y recursos por un lado y la costosa energía que se precisa para alimentar permamentemente procesos de creatividad social autogestionados por otro, hacen que el riesgo a ceder las riendas y las responsabilidades a la administración sea elevado.
Pero ojo porque quedan más frentes. Porque las barreras no desaparecen. Simplemente se desplazan. Que los vecinos de Parquesol hayan conseguido sentarse a negociar con su Ayuntamiento para lograr la cesión de una parcela en otro lugar del barrio en la que instalar su huerto comunitario es una victoria, claro que sí; aunque en el camino se haya quedado el esfuerzo de niños, jóvenes y ancianos que han contemplado con estupor y rabia cómo han desmantelado el primer arranque de su huerto. Que los huertos comunitarios se hayan incorporado a la legalidad urbana, algo impensable hace un par de años, supone una indudable victoria que ha sido el resultado del empeño de unas cuantas decenas de vecinos que han cavado hombro con hombro en distintas esquinas de la ciudad. Pero no es una victoria total: simplemente supone avanzar un paso. Pero la barrera que la administración y la legalidad imponen sigue ahí… un poco más atrás, pero ahí sigue. Y hoy se nos evidencia en las normas absurdas o en la amenaza de desmantelamiento a varios huertos comunitarios. Y con determinación, moveremos de nuevo esa barrera. Con determinación, creatividad y paciencia. Porque si el corazón de muchas personas dice que no es malo plantar un huerto en un solar abandonado, tarde o temprano, así será. Y ahí estaremos en ese justo momento. A observar cómo crecen las lechugas.
Santiago Campos Fernández de Piérola_Fundación entretantos
¡Gracias Paco!
Pero creo que además de querer generar un poder alternativo, estos movimientos también quieren, sino obtener una porción de poder, sí influir en él de alguna manera, transformarlo… sería intervención en esa doble dimensión del poder a mi entender.
Muy interesante el artículo, Santiago, y la iniciativa. Está pasando en muchos sitios, en Madrid, cerca de mi barrio ha pasado igual, aunque yo no estuve implicado me fui enterando un poco y aquí llegaron a entrar en el huerto y destruirlo, allanándolo todo. Parece que se revitaliza el «huerto» como actividad de la EA y más allá de participación, abriendo grietas en las administraciones estancas, que parecían inamovibles, y que cada vez más se tienen que adaptar a las demandas de la ciudadanía… Sigue contándonos, vale? Un abrazo.
Parece claro que los nuevos movimientos sociales conciben, cada vez más, la participación como una fórmula para generar un poder alternativo, en vez de una vía para obtener una porción del poder establecido. Ejemplos como el que presenta Santiago (¡qué bien contado!) demuestran que esta vía puede ser muy efectiva para ensanchar la democracia y facilitar la innovación social… siendo, a la vez, gratificante. La huerta crea redes sociales y enseña a hacer en común… toda una escuela de participación en un medio difícil de entender y de transformar: la ciudad.