La sensación constante de derrota y vergüenza que sentimos al mirar lo que hemos hecho con los ecosistemas que nos rodean hace que parezca evidente que hay “algo” que debemos reparar. En la mayoría de ocasiones, ni siquiera sabemos cómo.

Esta vergüenza nos hace vernos, como especie, en el papel de alguien que sólo puede hacer daño. Tras décadas de un abuso que parece imperdonable, nos parece que lo máximo a lo que podemos aspirar es a “destruir menos”.  Imaginamos el territorio como un lugar del que “cogemos” cosas para saciar nuestra voracidad de consumo y, por lo que sabemos, si nos dejan libres esa voracidad jamás podrá saciarse. De ahí que mucha gente enmarque nuestra especie como un peligro, “una plaga”.

En este contexto, ponemos en marcha programas y planes para tratar de compensar el daño de alguna manera.  Sin embargo, quedarnos ahí supone desaprovechar la oportunidad única de utilizar este proceso para recuperar también nuestra relación, como especie, con ese territorio. Además de planes, presupuestos y conocimiento científico, para acometer esto necesitamos abordar un cambio mucho más relevante: necesitamos que nos importe.

Revincularnos emocionalmente con los ecosistemas que nos rodean supone una vulnerabilidad nada fácil de abordar; sin embargo, es la vía más directa de la que disponemos para conectar con algo que sin duda nos falta: nuestro sentido como especie. Dotarnos de un lugar en el mundo en el que no solo nos veamos como algo “no dañino”, sino como una contribución positiva al planeta. Sentirnos merecedores de los recursos que necesitamos para vivir, a cambio de aportar las habilidades únicas de las que no dispone ningún otro animal de la biosfera.

Convertir una relación extractiva en una relación de reciprocidad no es sencillo. Aunque existen multitud de ejemplos de este tipo de relaciones, en nuestra Historia y en otros lugares del planeta,  no los consideramos lo suficientemente relevantes, adecuados para resolver las necesidades, avanzados.

Por encargo de Amigas de la Tierra, desde la Fundación Entretantos hemos abierto una investigación a través de documentos, personas expertas y experiencias prácicas con una visión en mente a la que nos referiremos de forma recurrente, que es lo que llamamos “gestión colectiva del territorio”.  Entre otros frutos, está este informe: “Hacia la restauración de ecosistemas sostenidos por la comunidad”.

Pensamos en comunidades capaces de organizarse a sí mismas y mirar al territorio que las rodea, comprendiendo lo que necesita y planificando cómo materializarlo, desde relaciones de reciprocidad. Una comunidad a la que le importa su entorno y que busca movilizar los recursos a su disposición para transformarlo y conseguir un beneficio mutuo. Esto a veces supone construir, a veces supone restaurar, y a veces supone “dejar estar”.

Esta no es la situación que tenemos ahora ni la que tendremos mañana, sino una propuesta a largo plazo. En este caso, una propuesta que parte de aunar restauración ecológica con procesos participativos impulsados por la propia comunidad. Existen muchas trabas a día de hoy que nos separan de esa imagen, pero podemos ver algunas de sus características en algunas de las iniciativas que ya existen, y así hemos tratado de ilustrarlo.

Nuestra esperanza es que quien lea esta guía pueda empezar a imaginar ese otro tipo de relación con las personas y el medio que les rodea, y utilizarla para comenzar a experimentar con elementos que le ayuden a acercarse a ello.

Esperamos que sea útil.