Ahora que las huertas están exuberantes después de un final de invierno/principio de primavera algo descontrolado, y un verano que a estas alturas empieza a ser verano, creo que me voy a meter en un berenjenal de esos que dan gusto verlos y de los que es difícil salir indemne [tanto la cosecha como uno mismo]
Y es que el otro día, en una reunión de esas que escasean cada vez más, en un centro semipúblico encargado de avivar iniciativas de nuevos emprendedores, salió el tema del trabajo en red, de las nuevas tecnologías y de la ineludible necesidad [no sé si esas dos palabras se pueden resumir en “obligatoriedad”] del 2.0 y toda su red.
Reconozco que la explosión floral que me rodea me tenía en un estado de embotamiento considerable y que los antihistamínicos me hacen más Hyde que Jeckyll de lo que suelo ser.
Lo cierto es que esta vez salté y tuve que decir que sí, pero no; que todo esto es muy estupendo, pero que unos somos menos iguales que otros; que no niego que las redes sociales e interné sean de lo más útiles y, viviendo en el siglo en el que vivimos, lleguen a imprescindibles.
Aunque también añadí que, precisamente por vivir en el mundo (rural) en el que vivo, que viene a ser de una extensión tan abrumadora como su despoblación, y del que forman parte las iniciativas de las que se trataba en esa reunión, lo de tener un acceso digno [léase: moderadamente rápido, estable, fiable, y barato] y universal dista mucho de la realidad.
Todo esto me llevó a pensar en temas tan dispares y extravagantes [qué bonita palabra “extra + vagante”, dan ganas de viajar sin rumbo fijo] como las modas, el libre albedrío, la alienación del individuo por lo social y la de los derechos por lo penal…¡pues sí! aquella reunión acabó poniéndose muy cuesta arriba y abusé de mi facilidad para realizar viajes extracorpóreos [por cierto, qué palabra tan fea: “extra + corpóreo”].
Lo de las modas vino al pensar en que tanto feisbuc, güasap, tuiter y demás zarandajas no son demasiado antiguos y que hace solo unos años (3 o 4 a lo sumo) casi nadie usaba redes sociales y ahora son para: comunicarse, cotillear, comprar, informarse, vender, anunciarse, socializarse, ¿vivir?… trabajar, sobre todo trabajar.
Y que, quien no tiene i-phone, i-pad, i-leches [o el “i-jam” de Shackleton Group, buenísnimo, os animo a verlo enhttp://www.shackletongroup.com/es/portfolio?page=4] no es nadie o es menos; no está, no se conecta, encoge, desaparece, envejece 15 años, es un naufrago en una isla desierta enorme y llena de cocoteros pero sin una mísera botella que tirar al mar.
Y como cierre de esta digresión en mi relato, esta misma semana escucho por la radio “Sin Whatsapp, sin Whatsapp”; versión 2.0 que los de OregonTV hacen de aquel “Libertad sin ira” de Jarcha. Ellos, que son más artistas que yo, le ponen letra y sorna a lo que intento decir. Os dejo el link que también (cómo no) está en la net: http://www.youtube.com/watch?v=5z3luK4g-Dc
El desvío al libre albedrío desde el tema de las modas es casi una dirección única. ¿Hasta qué punto elegimos cuando todxs (y digo todxs por no decir toooodas y tooooodos) seguimos la moda imperante? Diréis, y con razón, que hay un reducto que resiste –ahora y siempre- a los mandatos del gran grupo… ya, ya, ya; lo que pasa es que siguen “su” moda…¡y con una vehemencia que solo he visto en algunas grupies de Justín Bieber!
Lo hacemos al comer (sano, con palillos, caro, bio/eco/macro/lógico…), al leer (libro, ebook, ese autor/a, libro no peli…), al bailar (sí, también al bailar), al hacer ejercicio físico (el que sea, a pie, en bici, en coche pero eléctrico…), al escuchar música (el melocotonazo de la semana, esa emisora no, aquel mítico LP, ese movimiento de cuello…)…y así ad infinitum.
Hace un tiempo, mi conciencia y yo hemos llegado a la conclusión de que no hay que avergonzarse de seguir alguna(s) moda(s), hay que tener cuidado con cuál sigues.
Pero, entonces, ¿dónde empiezan los demás y dónde acabo yo? ¿qué es realmente mío? Aquí empecé a asustarme con esa idea de la moda que todo lo ve. ¿Será posible que mis decisiones, gustos y miedos vengan marcados por los del grupo en el que me mueva en ese momento?
Mi orgullo me grita que no, que con cada decisión que tomamos reforzamos nuestra independencia. Y al momento siguiente, me digo que sería una idea maquiavélicamente buena eso de controlar a la población dándonos patrones (cuantos más mejor) que seguir, imitar, superar y mejorar, que nos hagan sentir libres a la vez que seguimos el camino prefijado.
Al momento siguiente, en el colmo del contorsionismo divagatorio, me encuentro pensando que todos estos recortes en las libertades que venimos sufriendo últimamente [y juro que en ese momento solo pensaba en esos y no en los económicos] pueden representar el lado blando de ese ente represor y controlador al que me refería antes.
Eso de no poder intercambiar tus archivos con quien quieras, sin pagar por ello; de no conocer qué es lo que comió la ternera que se inmoló en mi plato en forma de filete; de no poder decirle a tal empresa que quiero que los beneficios que le doy no quiero que se inviertan en algo porque no me informa de en qué los invierte en mi nombre; de no poder decir lo que quiera, donde quiera, porque puede ser alteración del (des)orden público; esas cosas me irritan, no me gustan, y hacen que me sienta…
“Gracias a todos por venir y espero que esta sesión nos sirva para establecer unos vínculos que resulten fructíferos más pronto que tarde. Gracias de nuevo y buenas tardes.”
Con estas palabras la moderadora me devolvió a la realidad en la que habito. Puse un whas a unos amigos y quedamos en ese bar nuevo que han abierto en la zona, para probar sus gintonics que me han dicho que son lo más.
Pedro L. Gallo Glez._Fundación entretantos