Todos tenemos un círculo de seguridad. Un espacio “tampón” entre nosotros y el mundo. Es esa zona “franca” donde nos sentimos seguros: sabemos qué se cuece, qué se puede cocer y qué, por nada del mundo, queremos que se cocine de ninguna de las maneras posibles.

El control nos hace fuertes dentro de ese círculo creado a lo largo de los años y las vivencias personales y profesionales.

A veces, en ese lugar donde sabemos cómo funciona todo, dónde están las herramientas, y qué se crea con cada una de ellas, por extraño que parezca, nos sentimos sin salida. Es decir, funcionar de una determinada manera da unos resultados también determinados y conocidos, pero en muchos de los casos, insatisfactorios.

La intuición nos dice que fuera del círculo de seguridad podría estar la respuesta que buscamos, pero sólo pensar en asomarnos al abismo que se perfila, nos da escalofríos, sudores y un vértigo insoportable.

Cada vez que proponemos participación social como una vía de gestión y funcionamiento del territorio más acorde con los deseos y la vida de la gente, estamos haciendo una invitación directa a todos los implicados (políticos, población y gestores técnicos) a salir de su círculo de seguridad.

Nuestro papel, entre otros, es el de pastilla contra el mareo: ser un puente entre lo estático y antiguo y la incertidumbre y espacio de posible respuesta resolutiva.

Pastilla contra el mareo…bonito nombre…

Pero, ¿y nosotras? Como técnicas, mediadoras o promotoras de procesos de participación, ¿no nos forzamos también a salir de ese círculo de seguridad? Con cada uno de estos procesos, no sabemos qué va a pasar, qué va a suponer a medio o largo plazo, de qué herramientas vamos a tener que tirar si la cosa no sigue el esquema conocido dentro de nuestro círculo particular… Un salto al vacío donde la ilusión y la fe en lo que hacemos nos da alas, pero cuyo sentimiento de responsabilidad en muchos casos, nos hace pisar de forma poco firme o incluso paraliza.

La participación ciudadana real, la de verdad, la que permite transformar las cosas, dista de estar interiorizada como una opción de cambio en la sociedad actual, a pesar de grandes pasos a valorar tan recientes y emocionantes. Esta cuestión se ve clara, por ejemplo, cuando hablamos de la administración pública.

En este contexto, procesos abiertos e iniciados se abandonan antes de tiempo, antes de empezar a dar frutos o con los primeros en la cesta: que la población implicada crea que de verdad puede hacer algo.

En este punto, nosotros, pastillas contra el mareo, técnicos recién salidos de su propio círculo de seguridad… ¿Qué nos toca hacer? ¿Cuál es nuestra responsabilidad? ¿Cuál es el siguiente paso?

Quizás, una vez más, debemos ser valientes, dar un paso al frente, y salir del segundo círculo de seguridad, ese que se construyó durante el proceso de participación, el que parecía invisible. Conociendo ya la situación, teniendo entre manos un caldo con el cultivo en plena multiplicación y ebullición, ser canal, herramienta de comunicación y altavoz puede ser el mínimo salto que debamos dar. Quizás, de pastilla contra el mareo, debamos convertirnos en pastilla de jingseng, estimulante y fortalecedora, que no permita decaer algo que cuando empezó parecía una utopía.

 

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Nuria Alonso. Fundación Entretantos