He estado en el CONAMA, y como buena ingeniera he cumplido con el ritual de todo profesional ambiental que se precie. Con mi primorosa comunicación sobre participación bajo el brazo, acudí ilusionada al gran evento del medio ambiente en este nuestro país. Debo decir que cumplí con toda la parafernalia: me registré, escuché la inauguración casi entera, incluso a Ana Botella y al ministro Arias Cañete, probé la ensalada que repartían en el puesto de una gran empresa (no me acuerdo cual, así de lejos parecen todas iguales), repasé los posters y esquivé hábilmente la comitiva oficial. Incluso recogí algunos papelotes, lo mínimo de lo mínimo, en un arranque de responsabilidad ambiental a tono con el ambientillo. Guardé en la bolsa que llevaba de casa un ejemplar del Cárabo, el informe CONAMA y el programa de fiestas. Hasta me encontré con otros profesionales, algunos ya lejanos en el recuerdo, que me produjeron agridulces sensaciones, de esas que luego rumias horas y horas.
Y me encontré de lleno metida en el mundo de la crisis y de la economía verde, y cómo necesitamos nuevas ideas, nuevos emprendedores y nuevos negocios para sacar adelante el sector del medio ambiente. Sólo hay una condición, tienen que ser rentables. Así que cuando hoy leí el chiste de El Roto en el País, “Me han diagnosticado una enfermedad no rentable, estoy acabada” me he sentido plenamente identificada: soy profesional de un oficio no rentable. No importa que mis habilidades sean útiles, incluso necesarias, que contribuyan a una gestión mejor de los recursos, que extiendan la democracia o incluso que favorezcan la distribución de la riqueza. Soy una profesional no rentable y, por tanto, condenada.
Casi prefería la antigua y sólida hipocresía, la de las empresas eléctricas ofreciendo energía verde (en el “pool” energético español, que hay que tener morro), tan coloridas ellas en el CONAMA y tan bien vestidos sus representantes, o mi favorita, también espectacular en el CONAMA de hace unos años, el “Destructor Ecológico”, exactamente eso que oyen, un buque de guerra ambientalmente responsable (aunque me temo que no era exactamente porque en lugar de matar educara a sus víctimas).
No me malinterpreten, estoy totalmente a favor de los emprendedores verdes, de los nuevos negocios y de las nuevas ideas, de las “apps” ecológicas y de que tanto talento joven como sale de las universidades y de los centros de formación puedan poner su cerebro a generar iniciativas de éxito (ya sea económico, social o ambiental). Y más en un momento tan delicado, cuando los únicos que han tenido éxito son los malos profesionales, los piratas y los estafadores. Bienvenidos los “Green Jobs”, el “networking”, el “outsourcing”, el “entrepeneuring” y el “partnership”, van a ser indispensables en el futuro y les auguro el mejor de los caminos profesionales.
Pero déjenme decirles una cosa, me han diagnosticado una profesión no rentable, pudiera parecer que estoy acabada, pero con economía verde o sin ella, con emprendimiento o sin él, con crisis o sin crisis, con CONAMA o sin CONAMA, creo en lo que hago y no pienso rendirme sin luchar. No importa que la administración no contrate y los clientes particulares no quieran invertir en participación, tampoco que no haya dinero y las empresas privadas prefieran invertir su responsabilidad en proyectos más espectaculares. La participación es importante y hay que defenderla, en el trabajo y en la calle.