Comer en Valladolid es, como en cualquier otra ciudad de este globalizado mundo, algo más que alimentarse o nutrirse. Es también mucho más que un hecho cultural y gastronómico para pasar a convertirse más que nunca en un acto que tiene consecuencias que trascienden la voluntad de sus protagonistas.
Comer hoy en una ciudad occidental es ser parte de una impresionante maquinaria logística, económica e incluso política que permite que puedas tener delante del plato un tomate en pleno mes de enero, pagar por una hamburguesa de vacuno menos dinero que por un plato de guisantes estofados o cenar un refrescante mango cosechado en la India hace un mes. La alimentación, como casi cualquier otra actividad humana, se ha globalizado, y en ese tránsito desde una alimentación de cercanía a una extendida a lo largo de miles de kilómetros, ha provocado notables cambios que apenas han resultado perceptibles para la sociedad.
La ciudad de Valladolid no ha escapado, por supuesto, a esa tendencia que ha provocado a escala global evidentes riesgos: una alimentación que está en manos de cada vez menos corporaciones empresariales; un sector, el de la cadena alimentaria, responsable del 30% de los gases de efecto invernadero; unas huertas de cercanía (en Tudela de Duero, Simancas, Laguna de Duero, …) que han desaparecido bajo el asfalto y el hormigón y unas tradiciones gastronómicas adaptadas a lo local y que imperceptiblemente van siendo sustituidas por otras más adaptadas no a nuestros gustos, sino a los requerimientos de las cadenas largas de comercialización pero que vienen acompañadas de cada vez más evidentes desórdenes alimenticios.
Muchas ciudades han evidenciado esta serie de problemas y han decidido poner cartas en el asunto. Ello ha cristalizado en procesos como el del Pacto de Política Alimentaria Urbana de Milán suscrito ya por 138 ciudades del mundo o, más cerca, la red de ciudades por la agroecología que dinamizamos desde entretantos y que ya presentamos aquí hace unos meses. En todos los casos, son ciudades que se plantean reflexionar y revisar sus cadenas alimentarias locales para hacerlas más justas, más sostenibles y más cercanas.
En ese proceso se ha embarcado justamente Valladolid con la intención de aglutinar a los actores locales y sectores implicados en la alimentación local, para intentar consensuar una Estrategia Alimentaria Local destinada a revisar y relocalizar en la medida de lo posible los flujos alimentarios que nutren a la ciudad. Para ello, comenzaremos con unos meses de investigación liderada desde el Grupo de Investigación de Energía, Economía y Dinámica de Sistemas de la Universidad de Valladolid, con la que queremos cuantificar tanto los flujos alimentarios que entran en la ciudad, como la capacidad teórica del terreno agrícola del alfoz para satisfacer parte de las necesidades locales. Y también comenzaremos en las próximas semanas una ronda de entrevistas con actores locales para conocer su percepción y valorar su implicación en este proceso de transformación alimentaria.
Pero la pieza clave es, claro, la de los ciudadanos y ciudadanas de la ciudad. Conocer su opinión, las barreras que perciben para mejorar sus formas de alimentarse o las necesidades que debería cubrir esta Estrategia es fundamental. Por eso, además de diversos talleres de debate que tendrán lugar en los próximos meses, hemos diseñado una encuesta de opinión que nos permita conocer la situación de partida actual. Para acceder a esta encuesta, que se puede cumplimentar en apenas 5 minutos, basta pinchar AQUÍ.
Un proceso, éste que comenzamos, que recorremos de la mano del Ayuntamiento de Valladolid y de la Universidad de Valladolid con la financiación de la Fundación Daniel y Nina Carasso, y con quienes hemos conformado un equipo de trabajo que esperamos dé sabrosos frutos dentro de no demasiados meses. Para seguir su evolución, hemos creado un blog-web en el que iremos plasmando los avances que vayamos dando y que te invitamos a visitar: www.alimentavalladolid.info