En unos pocos días, han coincidido entre mis orejas o frente a mis ojos, argumentos de distinto origen que confluyen en cuestionar –a veces con una vehemencia rayana en el desprecio- la acción individual y voluntaria frente al necesario compromiso colectivo para abordar las numerosas crisis a las que nos enfrentamos como sociedad. Ciertamente dando ropa o comida a una organización caritativa, tomando parte en un apagón colectivo contra el oligopolio eléctrico, ayudando a una persona que lo necesita, cogiendo la bici frente al coche o firmando una ciberacción contra la corrupción no van a salvar al mundo, es verdad. Pero demonizar esas pulsiones humanas, vilipendiarlas porque cualquier razón, tampoco creo que sea una respuesta responsable. Y que conste que las hay en abundancia, y yo mismo he sido también parte de estas críticas al contemplar cómo a veces este tipo de acciones personales no hacen sino engordar el ‘caldo gordo’ al sistema porque no abordan la causa última de sus problemas e incluso puede que colaboren en su perpetuación (por ejemplo, acciones de caridad como la colaboración con bancos de alimentos), puede que sean inefectivos a sus fines (véase la polémica frente a la última propuesta de apagón eléctrico), quizá pongan en cuestión puestos de trabajo asalariado (crítica habitual al voluntariado, por ejemplo), estén orquestadas por oscuras conspiraciones para tener controlado al personal más inquieto o sofronicen al verdadero activismo social (véase la frecuente crítica hacia el llamado o activismo de sofá).
Son argumentos numerosos, desde luego, y nada baladíes, porque asoman a la acción individual a algunos de sus evidentes abismos. Y aquí va otro, el más político quizá, el que pone a la acción voluntaria frente a la colectiva: hasta dónde el Estado, hasta donde el individuo. Si el voluntariado es un fracaso social que no puede hacer frente de forma colectiva a la injusticia o la inequidad, o si por el contrario es una demostración de compromiso y autoresponsabilidad del individuo frente a la suciedad que le rodea.
No será aquí donde encuentre el lector una defensa encendida por el individualismo frente a la acción colectiva, no se trata de eso. Pero sí de intentar poner algunos otros argumentos que ayuden a ver a esas actitudes personales como pasos valiosísimos que deberíamos no solo respetar sino, probablemente, cultivar en aras a ese mayor compromiso ciudadano con los retos a los que se enfrentan las sociedades humanas. Porque además de sus ya anotados déficits, la acción individual, la que le mueve al individuo a actuar frente a lo que le subleva, tiene otras razones que habrá que evidenciar y poner encima de la mesa para valorarla en su justa medida.
Primero de todo es que la acción individual no limita a la colectiva; ni la enjuicia ni la denosta ni la impide. Ni mucho menos; es más, lo más probable es que, tal y como algún estudio ha demostrado al respecto del denostado slacktivismo de ratón y sofá, quien se compromete con alguna simple acción altruista como la de sumarse a una causa por internet, esté más cerca de implicarse en un activismo social de mayor calado, de mayor vocación transformadora que quien no lo hace. La acción desde el yo es paso inexcusable a la necesaria acción desde el nosotros. Porque esa primera vez, quizá no muy reflexiva, quizá no suficientemente crítica con un modelo socioeconómico al que habrá que combatir, es la que permite ensayar nuestras propias capacidades, nuestro empoderamiento para transformar la realidad desde lo más sencillo a lo más complejo.
La participación social es, como casi todo lo importante, un proceso de aprendizaje que tiene que comenzar por algún sitio. La decisión de pasar a la acción es compleja y le supone al individuo romper con muchas barreras psicológicas, sociales, políticas, personales, culturales en esta sociedad donde el individualismo ha ido ganando enteros de generación en generación en nuestra forma de entender el mundo. Por eso, que un individuo tome la decisión de actuar, deberíamos considerarlo de entrada un éxito social, que además es la condición necesaria (no suficiente) para poder dar un siguiente paso de movilización, de cooperación y de acción compartida.
Por otro lado, a muchas personas lo que les mueve a la acción no es la sesuda reflexión sobre la situación del mundo, sino la indignación de lo que ven en la calle y que les llega directamente del hígado. Esos sentimientos de indignación y solidaridad (que por cierto, el diccionario considera sinónimo de ‘caridad’ en una de sus acepciones) mueven a actuar desde la emoción, sin querer rebuscar razones muy profundas a las cosas. Y con esas un día te levantas y te marchas corriendo a plantar árboles a una zona incendiada porque te sorprendiste llorando al verla en el telediario; o te animas a dar clase de español a un inmigrante ilegal; o compras un par de kilos de pasta para entregar en la parroquia del barrio; Son gestos con los que no quieres justificar a nadie ni en los que quieres buscar razones políticas profundas (que las habrá, seguro), pero son gestos no solo legítimos, sino deseables en una sociedad que seguimos queriendo que sea sobre todo humana ¿o no?
Que la gente ayude a su vecino, que una panda de amigos se vaya a recoger chapapote a la Costa da Morte… ¿a alguien medianamente cabal le puede de verdad parecer mal? Claro que no es solución suficiente para todos los males del mundo, claro que habrá algún indeseable que busque ilegítimos intereses en promoverlos, pero sin duda sí se trata de una acción necesaria…sobre todo para esas personas. Y calificar a esos voluntarios como colaboradores con la industria petrolera por dedicarse a limpiar sus desperdicios, es tan ruin e intelectualmente zafio como acusar de neoliberal a quien colabora con el Banco de Alimentos de su barrio. Reprochar la buena voluntad de la gente, que no es tan acrítica e imbécil como pudierase imaginar, simplemente desea actuar con los medios que tiene a su alcance, tiene, además, tiene otros efectos secundarios no desdeñables: ayuda de forma certera a aletargar aún más los deseos de la gente para intervenir en su entorno, colabora en la inacción. Justamente lo que el status quo imperante quiere.
Porque mientras esperamos a que llegue la Justicia, como ha escrito una amiga en su feisbuc hace unos días, habrá que seguir echando mano de la Solidaridad; lo mismo a limpiar mierda si se les revienta otro petrolero, que a ayudar a quien lo necesite. Es quizá lo único que algunas personas les queda. Y es una forma de mantener engrasada la maquinaria de la solidaridad que nos vendrá muy bien mantener a punto; quién sabe si mañana no necesitaremos de ellos para la próxima revolución.ç
Santiago Campos Fernández de Piérola_Fundación entretantos
Me gusta mucho el articulo, una revisión de la participación y del enfoque que se le puede dar.
Esta claro que los buenos gestos hechos con el corazon y con la idea de ayudar aplastan cualquier argumento crítico, en solo hecho de ayudar, ya es un paso adelante. Los pensamientos críticos y sus correspondientes actuaciones debieran estar enfocados en quien se pudiera aprovechar de estas buenas acciones, no en quien las hace.
Un saludo, y aprovecho para dar las gracias a entretantos por los articulos que publica.
Buen trabajo